27 Dic 2020: la pandemia somos nosotros
Termina 2020 y hoy todos sabemos algo más de los virus y sus consecuencias que hace un año. Ha sido (y continúa siendo) una lección dura. Pero probablemente haya sido una lección necesaria, por muy cruel que esto pueda sonar. Personas expertas en virología de todo el mundo llevaban años advirtiendo de que una pandemia así podría suceder en cualquier momento y que, de hecho, era imposible de predecir con exactitud. Lo que sí tenían claro es que el surgimiento en los próximos años de una pandemia de la magnitud de la gripe de 1918-19 o del VIH se movía en el intervalo entre “quizá” y “probablemente” y que esta, sin lugar a dudas, sería zoonótica.
Esas son, al menos, algunas de las conclusiones que sacó David Quammen de sus conversaciones con Robert Webster, posiblemente la mayor autoridad sobre la gripe en el mundo. La lectura de Contagio, de Quammen, ha sido un intento humilde y particular de intentar comprender qué es un virus, cómo pasa de su reservorio a un huésped infectado y por qué, por ejemplo, algunos virus de enorme letalidad, como el ébola, no tienen, sin embargo, los efectos pandémicos y devastadores sobre poblaciones humanas que sí tienen coronavirus como el que nos ha tocado padecer en 2020.
Virus: un contacto cada vez más frecuente
Este año he comprendido que, pese a nuestra supremacía de inteligencia y tecnología, nuestra especie animal no es realmente la que domina la Tierra. Ese honor corresponde, desde hace 3.500 millones de años, a los microorganismos. La mayoría son inocuos para las personas (tenemos más de 30 billones de bacterias en nuestro cuerpo), pero otros, como los virus, pueden ser patógenos. Es decir, no tan buenos.
Tras leer a Quammen confirmo algo que ya sabía (y que todos sabemos): la presión ecológica de la humanidad provoca un contacto cada vez más frecuente con virus, que ven en nosotros un catalizador asombroso, debido a nuestra enorme abundancia y expansión por todo el mundo.
El «meme» del cambio climático
Durante todo el año he visto memes que reducían la importancia de la pandemia de la covid-19 respecto del cambio climático, apuntando que lo que hemos experimentado en 2020 no es nada comparado con las consecuencias del acelerado calentamiento global. Y no les falta razón. De hecho, esos memes llevan implícita una verdad que muestra sin paliativos la responsabilidad última de pandemias como esta.
Cuando veo en los medios de comunicación manifestaciones de determinados sectores económicos afectados por la pandemia, como la hostelería, por ejemplo, argumentando que ellos no son los culpables de esta hecatombe que se ha presentado sin avisar, me pregunto hasta qué punto tienen razón.
Es cierto que los hosteleros, por seguir con el ejemplo, no han diseminado el virus por el mundo, pero no es menos cierto que todos, con nuestras actuaciones cotidianas y nuestro estilo de vida, tenemos un enorme grado de responsabilidad en favorecer la expansión de microorganismos patógenos. Y quien piense que es una buena teoría y solo eso, que espere a ver el siguiente tsunami. La responsabilidad última incluye también a los hosteleros, a los restauradores, a los profesionales de la cultura, a las grandes corporaciones empresariales o a la clase política.
La política de la mascarilla
Esta última siempre ha pensado que no le salpicaría un desastre semejante durante su legislatura, pero siempre le va a tocar a alguien. Y en 2020 nos ha tocado. Durante un paseo por las vacías calles navideñas de Santiago de Compostela, le comentaba a mis padres lo ridículo que se ve a grupos de personas andando por la calle con la cara tapada por una mascarilla. Sé que es necesario llevarlas pero, ¿acaso no nos parecían ridículas las imágenes de personas que ya las llevaban antes de la pandemia? ¿No es una ilustración notoria de nuestra actitud constante ante los problemas que ocasionamos al mundo, puramente reactiva y defensiva y nada proactiva o preventiva?
Con la puesta en marcha de la vacunación en España, escuché a un médico decir en la televisión que, hasta ahora, no habíamos tenido la oportunidad de luchar contra el virus, que la lucha comenzaba ahora. En un primer momento pensé que se equivocaba. ¿Qué habíamos hecho entonces durante todo 2020, con meses de confinamiento, de privación de libertad, de soledad, de alejamiento de las personas que queremos, de todas las personas que entregaron su vida? Pensé que se había equivocado, pero puede que lleve razón. Confinarse no es ser proactivo, es dejar que el virus venza poco a poco, mientras nos limita, nos mata y nos arruina.
La lucha siempre ha estado en la previsión, en buscar una solución efectiva, que equilibre progreso con respecto y cuidado al entorno. Y en eso una vacuna ayuda más que un confinamiento. Pero podemos pasarnos la vida desarrollando vacunas, sin que estas sean el remedio para un planeta moribundo.
La plaga somos nosotros
Por supuesto que el tsunami del cambio climático será más devastador. Quammen señala algo muy relevante: la plaga somos nosotros. El registro fósil demuestra que ninguna otra especie animal de gran tamaño ha logrado la abundancia en la Tierra que ha conseguido la humanidad. Ni ha tenido jamás el enorme apetito que tenemos. Ese apetito que nos lleva a dominar otras especies animales y también hacerlas abundantes (como la vaca), solo para saciar nuestra voracidad. En esto también incidía el genial naturista David Attenborough.
Y no solo somos abundantes y de gran tamaño, también alargamos cada vez más nuestra existencia, haciendo que nuestra demanda de recursos sea insostenible. Es posible que alcancemos un pico de población a partir del cual comencemos a decrecer. Estoy seguro de que ese punto de inflexión llegará (¿2.050? ¿2.100?), pero no bajo qué modalidad: si la de nuestra acción preventiva (como ya hizo China en su día con la política del hijo único) o reactiva (mediante un colapso de los recursos o del planeta).
Puede que nuestro destino sea similar al de las “orugas de tienda de bosque” (Malacossoma distria) que, tras una proliferación anormal y explosiva (alimentada por ese afán devorador que también nos caracteriza), son exterminadas en relativamente poco tiempo a causa de un virus.
Todos estamos juntos en esto
Con demasiada frecuencia se nos olvida que formamos parte un sistema ecológico, en el que interactuamos y nos relacionamos con otros seres vivos, aun sin ser plenamente conscientes de ello. Los virus llegan a nosotros a través de otros mamíferos, aves o insectos. Quammen es claro: “La gente y los gorilas, los chimpancés y los murciélagos, los roedores y los simios, y los virus: todos estamos juntos en esto”.
El problema es que otras especies estropean nuestro decorado. Como muy bien destacaba la doctora Ellie Sattler en Parque Jurásico. Nos gusta plantar helechos mortíferos al lado de la piscina, al alcance de los niños, porque simplemente quedaban bien ahí. Nadie había reparado en que en realidad esos helechos eran seres vivos, con sus propios mecanismos de defensa. Ese es uno de nuestros grandes problemas. No ser conscientes de que otros seres vivos evolucionan a la par que nosotros y comparten este planeta.
No somos tan sofisticados
¿Y qué pasa cuando el decorado es más importante que la coherencia del ecosistema? Que, o tenemos la tecnología y los medios suficientes para hacerlo a nuestra medida en este planeta o vamos a tener que buscarnos otro o perecer en el intento. La terraformación nos está funcionando bien con la Tierra a través del cambio climático, pero no hay posibilidad actual de replicar este fenómeno en otro planeta del Sistema Solar.
Se acaba 2020 tras mucho sufrimiento y sacrificio, pero me gustaría saber si ha servido para algo. Me considero un afortunado por no haber pasado los malos momentos que vivieron millones de personas y también por haber aprendido conceptos nuevos, que me ayuden a ser más consciente de los peligros de nuestras acciones, pero también de las posibilidades.
Somos animales y somos seres de este mundo. Estamos, por tanto, conectados a otros animales y a otros seres. Nuestra tecnología quizás luce mejor en el escaparate, pero no sé hasta qué punto es más sofisticada que la Wood Wide Web que crean los árboles y los hongos o la simbiosis entre los humanos de la tribu Yao en Mozambique y la ave indicador grande (Indicator indicator). Cada vez tengo un mayor presentimiento de que la canalización del progreso tecnológico y de nuestra civilización en general no está teniendo en cuenta todas las lecciones que nuestro entorno nos enseña. Y la pandemia vírica de 2020 puede ser una prueba de ello.
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