Del cambio de dieta al iridio: las teorías de la extinción de los dinosaurios
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Teorias extincion dinosaurios - Sergio Barbeira - Science Photo Library

Una única extinción y múltiples teorías sobre la desaparición de los dinosaurios: del cambio de dieta al iridio cósmico

Nací en 1985. Para algunas personas que leen este artículo les parecerá que fue ayer. Para otras, una eternidad. Y, para la persona que suscribe estas palabras, confieso que me encuentro entre las segundas. Todo lo que he vivido desde entonces es mi completa existencia y no solo una parte de ella. Y mi conciencia no abarca todos esos 36 años.

Como tampoco no siempre la ciencia fue capaz de aportar más luces que sombras sobre uno de los mayores misterios de la Tierra: la extinción masiva de finales del Cretácico-Paleógeno, hace unos 66 millones de años, más conocida por suponer la desaparición de los dinosaurios no aviarios.

La teoría del cometa asoma

Precisamente, traigo a colación mi año de nacimiento porque no hace mucho adquirí un ejemplar de la revista Time, fechada en mayo de 1985, que en su tema de portada apuntaba a una nueva teoría que ganaba adeptos por entonces: ¿mató un cometa a los dinosaurios? Esta edición, que incluía referencias a las investigaciones que diversos científicos venían publicando desde comienzos de los años 80 alrededor de la tesis del impacto de un cuerpo exterior, fue uno de esos hitos sociales sobre el conocimiento de estos grandes reptiles.

Revista Time portada extincion dinosaurios 1985

Mientras Ronald Reagan se enfrentaba a problemas como Nicaragua o Bitburg, la paleontología continuaba dándole vueltas a lo que sucedió mucho antes de los orígenes de nuestras especie. Y no solo por mera curiosidad. Con el tiempo, serían conscientes de que el detonante de la extinción del Cretácico es una amenaza real para nuestra propia supervivencia.

Aunque 1985 parezca hace relativamente poco tiempo, las teorías sobre este tema no hacían piña con la principal causa que se atribuye hoy, que es el impacto de un gran objeto celeste de aproximadamente diez kilómetros de diámetro (pudo ser un meteorito o un cometa) contra la Tierra, concretamente contra la península de Yucatán, en México.

Los Álvarez entran en acción

El geólogo y paleontólogo Walter Álvarez, de la Universidad de Berkeley (California), junto con su padre, el Premio Nobel de Física Luis Álvarez, descubrieron en Gubbio (Italia) unas capas de sedimentos que mostraban una clara marca entre la vida de muchos organismos y su extinción, justamente en una capa de arcilla que contenía 30 veces más cantidad de iridio que en rocas normales. Tan solo pocos lugares en nuestro planeta podían contener semejante proporción: el núcleo terrestre (que está a más de 3.000 kilómetros bajo la superficie, así que era difícil que aflorara) o de polvo cósmico procedente de una supernova cercana. Otra opción era la procedencia de un cometa o asteroide.

Tras encontrar este rastro de iridio en estratos de la corteza terrestre por todo el planeta (conocido como el límite K/Pg), la teoría fue ganando fuerza y posteriormente, a principios de la década de los 90, se vio respaldada con el descubrimiento del cráter de Chicxulub.

Esto es, resumiendo, lo que se sabe con mayor certeza sobre la extinción de los dinosaurios y que más ha calado hasta ahora en el imaginario colectivo. Pero no olvidemos que la ciencia está en constante duda y análisis y eso se reflejó en las investigaciones previas a la teoría Álvarez. De hecho, antes de la hipótesis del impacto, las causas no estaban, ni mucho menos, claras. Y en este artículo recojo algunas de ellas.

Causas caseras

Hablando de portadas de revistas, hay una que siempre me ha fascinado por incluir una parte del mural de Rudolph F. Zallinger, La era de los reptiles, considerado como el “Miguel Ángel de los dinosaurios” y que está expuesto en el Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale, en EE. UU. Se trata de la portada de la revista Life de septiembre de 1953, en la que se centra en la evolución e historia de estos grandes animales.

Portada 1953 revista Life dinosaurios

Por las fechas en la que esta revista vio la luz, la comunidad científica, como se refleja en esta y otras publicaciones, barajaba distintas hipótesis, entre ellas la aparición de las angiospermas, lo que habría supuesto un cambio de dieta fatal para muchos herbívoros y, a la postre, para sus depredadores. Esta teoría tenía a mediados del siglo XX bastante fuerza, pues se creía que los dinosaurios podrían haber sido incapaces de adaptarse a estas nuevas plantas que sustituían a los gingkos, coníferas o cicadeoideales.

Otro origen había que buscarlo en el vulcanismo continuo, que fue alterando de forma profunda su entorno y clima. A esto se habría sumado un cambio climático global, en el que se intercalarían veranos e inviernos extremos, así como el surgimiento de nuevas cordilleras o la desaparición de mares interiores, entre otros factores.

Una hipótesis más inverosímil es la que atribuía a los mamíferos la responsabilidad de la aniquilación de la mayoría de los dinosaurios. Su rápida expansión a finales del Cretácico, sumada a su menor tamaño y actitud depredadora y activa, habría favorecido que robaran huevos de dinosaurios, destruyendo parte de su futura población y linaje.

Descartada la senescencia racial

Pero el único factor que se alegaba como explicación de su caída es el concepto de senescencia racial. Según esta teoría, tanto los dinosaurios, como los reptiles acuáticos y voladores habrían muerto debido a que estaban hiperespecializados, es decir, que habían adquirido formas exageradas y bizarras que resistían modificaciones necesarias para la supervivencia.

Sin embargo, Steve Brusatte, en su magnífica obra de divulgación Auge y caída de los dinosaurios, considera que tal senescencia no se soporta en evidencias científicas. “A los dinosaurios les iba bien en el Cretácico tardío. La diversidad general -tanto en términos de número de especies como de disparidad numérica- era relativamente estable”. Tras el análisis de numerosas pruebas a partir de fósiles, estadísticas y modelos informáticos, Brusatte es concluyente: “No había señal alguna de que les ocurriera nada anómalo”.

La catástrofe cósmica de Carl Sagan

Por su parte, uno de los mayores divulgadores científicos de la historia, el pionero Carl Sagan, apuntaba en 1980, en su obra icónica Cosmos, la posibilidad de que una “catástrofe cósmica”, como la explosión de una supernova cercana (a unos diez o veinte años luz de la Tierra) podría haber barrido a los dinosaurios.

Según su perspectiva, esta explosión “habría esparcido por el espacio un flujo intenso de rayos cósmicos”, que habrían penetrado en la envoltura aérea de la Tierra, quemando nitrógeno en la atmósfera. Tras eliminar la capa protectora de ozono de la atmósfera, los óxidos de nitrógeno habrían freído y mutado “la gran cantidad de organismos imperfectamente protegidos contra la luz ultravioleta intensa”, pudiendo haber sido algunos de estos organismos “elementos básicos de la dieta de los dinosaurios”.

Sin embargo, por entonces Sagan también daba credibilidad a la teoría que se confirmaría años después, la del posible impacto de un gran asteroide contra nuestro planeta, provocando que los escombros finos de este choque se mantuvieran en la estratosfera, lo que hubiera reducido la luz solar disponible para las plantas que los dinosaurios comían y enfriaron la Tierra.

Némesis y el planeta X

Además de las teorías ya mencionadas, en los años 80 todavía perduraban otras, como la del físico Richard Muller, de la Universidad de California, que atribuía a una pequeña estrella, posiblemente una enana marrón, y compañera del Sol, la influencia sobre la nube de Oort, enviando asteroides en dirección al Sol. Esta estrella, denominada Némesis, se situaría a una distancia de entre uno y tres años luz de nuestra estrella, formando un sistema binario. Con una periodicidad aproximada de 26 millones de años, cruzaría la nube de Oort, donde se podrían encontrar hasta 100 billones de objetos cósmicos, sacando de su hábitat a algunos de estos cometas o asteroides y lanzándolos contra nuestro Sistema Solar y, más concretamente, contra la Tierra.

A esta teoría habría que sumar la del misterioso e hipotéticos planeta X, que podría localizarse más allá de Plutón, que crearía perturbaciones en las órbitas de Urano y Nepturno, y que cada 28 millones de años se cruzaría con un disco de cometas que se encuentran en la órbita de Neptuno, enviándolos hacia nosotros.

Una retrospectiva interesante

Es posible que a muchas personas algunas de esta teorías les parezcan ahora ridículas, pero en su momento fueron hipótesis científicas y son una muestra de que la ciencia está en constante duda y renovación, lo cual es parte de su esencia. Y así debe continuar.

Para mí ha sido un interesante ejercicio de retrospectiva, que me ha recordado que no debemos dar nada por sentado. También es una evidencia, ahora que contamos con la ventaja del paso del tiempo, de que hasta las mentes más brillantes se puede equivocar y que nos queda todavía mucho camino para desvelar los misterios de nuestro pasado y de este pequeño punto azul en el que vivimos.

 

📸Foto destacada de este artículo: Science Photo Library / Canva Pro.

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