Merlí: una serie sobre mucha filosofía y también ciencia
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Merlí o por qué la filosofía es la madre de la ciencia

Mi primer contacto con la filosofía también me llegó en primero de Bachillerato, al igual que a los alumnos del Instituto Ángel Guimerá de la serie Merlí. Recuerdo lo impactante que fue la primera clase. Nuestro profesor de Filosofía no tenía el carácter poco ortodoxo ni el descaro de Merlí, pero sí una gran pasión por conseguir que esta rama del conocimiento formara parte de nuestras vidas. Su objetivo era abrirnos la mente y, por lo menos en mi caso, lo consiguió.

Siempre digo que, desde que conocí la filosofía, mi relación con el mundo ha sido otra. Antes de ese primer impacto no cuestionaba la realidad con toda la perspectiva crítica que debía. Algunos dirán que era obvio, pues era una persona muy joven. Pero ¿y si la juventud no es una condición determinante que explique esa falta de crítica? Esto es lo mismo que esa discusión entre Merlí y su alumno Oliver, en la que el profesor le reprocha que su fe religiosa no es fruto de una decisión libre, sino una consecuencia de la manipulación sufrida desde que nació.

¿Por qué elegir el cristianismo en lugar de otra fe? O, para lo que viene al caso, ¿por qué consideramos que los niños desde edades muy tempranas no son capaces de asimilar una visión más reflexiva del mundo y de sus propias vidas? Esta escena es una en la que Merlí, como en otras muchas ocasiones, defiende que a los más jóvenes se les debe mostrar la realidad tal y como es. Igual así es cómo se crea una sociedad mejor.

Reconozco que al principio me costaba seguir las clases. Todo era nuevo. No entendía que hubiera otra forma de ver el mundo más allá de cómo se nos presentaba (o nos lo presentaban). La filosofía me enseñó a ser desconfiado, pero en el sentido productivo, capaz de transformar mi perspectiva para un propósito mejor.

La serie Merlí me parece un enorme acierto porque en los tiempos que nos toca vivir la prisa es la enemiga de la crítica. Reflexionar necesita el tiempo que no tenemos. Y, al final, todo lo que creemos avanzar no es más que acumular un retraso. Las personas no estamos hechas para correr si antes no nos hemos atado los cordones.

Filosofía y ciencia, dos esferas de un mismo impulso

Y Merlí llega en el momento oportuno porque le dice a los creadores de la crisis económica y a los tecnólogos del presente que pensar es una profesión transversal y que nunca dejará de ser demandada por el mercado. ¿Qué hubiera sido de los tecnólogos de hoy en día si alguien no se hubiera parado a pensar en lo que somos y lo que nos rodea?

Esa transversalidad es el gran triunfo de la filosofía. Y de la humanidad como especie. La idea de Gina y Merlí de organizar una excursión de los alumnos al CosmoCaixa no solo surge como forma de reforzar su relación. Es su sintonía (y su amor) la que vincula filosofía y ciencia, dos esferas de un mismo impulso: el impulso de desentrañar por qué estamos aquí.

La respuesta a esa pregunta se puede formular desde ámbitos de conocimiento distintos, pero nunca dejará de procurar saber lo mismo. Y puede que, incluso, la respuesta demuestre que la ciencia y la filosofía son dos capas de una misma relación. Que están unidas por una atracción instintiva que es, a la vez, materia y alma.

Precisamente la materia y la vida son realidades sobre las que la ciencia corrobora su existencia, pero no las define ni reflexiona sobre ellas. De eso se ha ocupado la metafísica o la “primera filosofía”, como la consideraba Aristóteles. También la filosofía fue la primera en ocuparse de la observación y estudio de los astros, lo que actualmente hace la astronomía.

Esa vinculación tan estrecha entre filosofía y ciencia se debe a la enorme amplitud de la primera, que busca los porqués en muy diversas áreas de conocimiento y disciplinas. Pero la relación también viene dada por lo comentado antes: ¿quiénes somos? El camino hacia esa búsqueda no es nada fácil.

Y esto está ligado de forma inevitable con la búsqueda de la verdad, si es que alguna vez será una verdad absoluta o finita.

Antes de Merlí no había nada

Analizar detalles de la serie sería un trabajo que no daría para un único artículo de este blog. Por eso destacaré solo algunos de los que más me han sorprendido. La revolución que provoca Merlí a su llegada al Ángel Guimerá supone un punto de inflexión que parece un nuevo comienzo para todos, alumnos, profesores y familias. En mi intención en este artículo por encontrar la relación con la ciencia, diría que Merlí representa ese Big Bang que lo cambia todo, que trae la vida (porque parece que antes de su llegada el instituto estaba insulso, sin vida) y que lo hace estallando en diferentes puntos, como el propio universo hace millones de años.

Los resultados positivos de su particular y poco ortodoxo método de enseñanza no se producen a ningún coste. Siempre desencadenan nuevos frentes que crean nuevos conflictos que hay que solucionar. Pero esto es lo mismo que la creación de la vida en nuestro entorno cósmico. Desde las explosivas llamaradas del Sol que generan vida a ocho minutos de distancia (nuestro planeta Tierra) hasta las violentas colisiones entre planetas que nos obsequian con compañeras de viaje como la Luna, tan necesaria para nuestra existencia y la de miles de especies.

Del mismo modo que en el conjunto del universo lo que sucede es auténtico y real (hasta donde podemos observar y demostrar), el método Merlí no solo se queda en la pequeña pantalla. También es tangible y surte efecto entre el alumnado, como este caso de un profesor vasco.

La luz se abre paso entre tanta oscuridad, siempre, y los pequeños detalles son los que se convierten en grandes gestas que terminan con una paella de la Quima en las colonias. Incluso las imágenes más bellas de galaxias o nebulosas lejanas esconden sucesos dramáticos que son, de alguna forma, el origen de tanta belleza.

El método Merlí: experiencias conflictivas para crear vida

El conflicto es bueno según nos demuestra la ciencia. Y también según la filosofía. ¿De qué conflictos no salen cosas buenas en Merlí? La salida de la oscuridad de Iván, el acercamiento de Eugeni y Mireia o de Joan con su padre Jaume. La salida del armario de Bruno y la elección de Pol de un futuro en el que la filosofía sea su profesión. Todos son hechos que nacen del conflicto creado por Merlí y cuyo resultado es satisfactorio para las personas que los experimentan.

Incluso vincular la llegada de la primavera con la salida del armario es una metáfora muy bien traída porque la sensación que una persona siente al hacerlo he de decir que es muy similar. El ánimo cambia (para mejor), hay una sensación de que uno renace. Puede que, al fin y al cabo, nuestra dinámica no sea tan distinta de la que rige en otros fenómenos de la naturaleza.

Reconozco que sentí apuro y hasta rechazo cuando Merlí se obsesionaba con seguir con su metodología a pesar de saber que ello provocaría incidentes poco agradables e, incluso, experiencias desagradables para los alumnos y sus familias. Pensaba: ¿por qué no se podrá estar quieto de una vez? Ese rechazo está muy arraigado en todos nosotros y precisamente no debería estar ahí. Porque es un rechazo a algo que nos hace bien, que es la sinceridad y el ser nosotros mismos. La naturaleza científica, es decir, todo lo que nos rodea, es bella gracias a lo bueno y a lo malo. Y sí que hay acontecimientos cósmicos tan extraordinariamente dramáticos de los que nunca imaginaríamos resultados tan increíblemente necesarios, como la propia vida, que me permiten escribir este artículo para reflexionar sobre lo que somos.

Otra de las escenas que más me gustaron y que va en línea con lo que acabo de decir es aquella en la que Merlí utiliza la metáfora de la basura para demostrar que tiene mucho que ver con el amor. Querer a alguien es hacerlo a pesar de sus imperfecciones. No creo que, a priori, haya muchas personas que odien a nuestro satélite natural, la Luna. Más bien todo lo contrario, le tenemos bastante cariño. Y con razón, pues de él depende nuestra propia existencia. Sin embargo, sin haber estado allí presente físicamente, tanto yo como casi cualquiera persona que haya visto su aspecto en fotos o vídeos se hará una idea de que bonita, lo que se dice bonita, no es. Seguramente si la conociésemos en un local nocturno no nos acercaríamos a ella. Pero sus cráteres imperfectos y su superficie inerte (o aparentemente inerte) tienen una belleza que nos ha llevado a admirarla desde los principios de nuestra civilización.

¿Por qué nos asusta pensar?

Y me gustaría terminar con una escena del principio de la serie, porque, ¿qué es el final sino el principio? Merlí sorprende desde la primera clase llevando a sus alumnos (los peripatéticos) a la cocina, para dar la clase desde allí. Lo hace para demostrar cómo en la sociedad actual no están bien vistas las personas que piensan.

A mí me gustaría lanzar la misma pregunta. ¿Por qué está tan mal visto pensar cuando en realidad lo que deberíamos censurar es el hecho de no pensar? ¿Qué nos asusta?

Postdata: si aún no has visto la serie Merlí, por favor, elige la versión original en catalán. No hay color.

 

 

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