31 Dic Adiós al 2021: erupciones que se apagan, hidras que no se alimentan y misterios por descubrir
Hace un año, el fatídico 2020 se despedía con una buena noticia: Araceli Hidalgo, de 96 años, era la primera española en recibir la vacuna contra la covid-19. Semanas antes había sido el turno de Margaret Keenan, británica de 90 años que fue la primera persona del mundo occidental en vacunarse de manera oficial contra este virus. El mundo empezaba a respirar más tranquilo, aunque aún tras la protección de una máscara.
Ahora, después de que millones de personas se hayan vacunado, el virus entraña menos peligro, pero hay problemas que persisten: como el elevado número de contagios que se registran por estas fechas. La vida quiere seguir, pero el virus no quiere irse de nuestra compañía.
A por nuevos misterios
Sin embargo, despedimos 2021 con otra buena noticia científica: el lanzamiento (por fin) del telescopio espacial James Webb, el nuevo compañero de laboratorio (muy mejorado) del mítico Hubble. De hecho, es el telescopio espacial más potente de la historia y promete desvelar fascinantes misterios. La ciencia espera nerviosa e impaciente a conocerlos.
Lanzamiento del telescopio espacial James Webb
Mientras, aquí abajo, quedan muchos misterios por desvelar, que seguramente nos lleve más tiempo descubrir que lo que realmente sucedía en la infancia del universo (apenas unos 300 millones de años tras el Big Bang).
Contactos necesarios
Y como la ciencia está detrás de todo lo que nos rodea y de lo que somos, también cabe preguntarme, en cada balance de año, por nuestro comportamiento. Cada vez es más frecuente el lamento, no solo por estas fechas, de que nos vemos poco. Si desde hace años las prisas impedían un contacto más continuo y deseable entre las personas que forman nuestro entorno y núcleo más íntimo, la pandemia ha acabado por dinamitar esa sana costumbre. Y siempre nos decimos: qué pena que vayamos a mil, hay que hacer por coincidir. Aunque en ese futuro/hipotético encuentro la acción más repetida vaya a ser la consulta de los hilos de wasap, de Twitter o los reels de Instagram.
La covid-19 me ha permitido (triste decirlo así) ser más selectivo en esos contactos, haciendo el esfuerzo de priorizar relaciones sociales. Aunque no siempre las que no se han producido es por placer o deseo mío. A veces la distancia o el coste económico (y la creciente pereza) hacen el resto.
Envío menos wasap de felicitaciones en masa y ya no felicito los cumpleaños que Facebook me recuerda de gente con la que no tengo contacto. Es como dejar morir algo que ya estaba muerto. Pero probablemente sea una especie de reacción instintiva, del instinto de supervivencia que hace falta en la era de la conexión online permanente.
Nuevos acercamientos
Aparte de los míos, hay otros contactos que son muy necesarios, pero que se resisten a producirse por las heridas que todavía siguen abiertas. Me refiero a la Declaración del Dieciocho de Octubre, que, en mi opinión, supone un paso más (aplaudido por unas víctimas de ETA e insuficiente para otras) para superar el terrorismo que durante décadas asoló el País Vasco.
Con la lejanía que produce el no haber vivido ese terror en primera persona y con el más absoluto respeto por las víctimas de la violencia terrorista, solo me quedó, en este 2021, intentar conocer el testimonio de víctimas, como Maixabel Lasa, que me produjo un gran impacto y me animó a saber más sobre la experiencia de sufrimiento que vivieron personas como ella y sus familias. Para el futuro solo espero que la reconciliación sea más profunda y que los grupos políticos, sean del color que sean, no confronten con este dolor. Y que se respete, de una vez, el cambio de las pistolas por la democracia, sin obviar todo lo que hay que mejorar por parte del bando de los que, en su momento, eligieron matar, que es mucho.
El volcán que escucha nuestras plegarias
Las prisas de las que hablaba antes no solo evitan contactos necesarios, sino que se convierten en frustración cuando tratan de apurar una erupción volcánica, como la producida en la isla de La Palma entre septiembre y diciembre de 2021. Era frecuente escuchar a los vecinos afectados: “A ver si se termina ya”. Como quien se impacienta por la duración de la lavadora porque tiene que salir de paseo.
Es posible que se nos olvide que, pese a nuestro poder tecnológico, no todo depende (por suerte) de nuestro capricho. Aún así, el volcán escuchó las plegarias y se calmó por Navidad. Igual tenemos más poder del que creemos.
La (insaciable) hidra consumista
En estas fechas unos consumen y otros trabajan. Y otros hacemos un mix o, como es en mi caso, consumimos menos. Este año fue la primera vez que en mi familia decidimos, por mayoría absoluta (viva la tiránica democracia) no comprar regalos, y eso que llevamos dos años haciendo un bote conjunto para reducir el tamaño de la insaciable hidra consumista (que no comunista). Ha sido raro, pero no se ha venido el mundo abajo, hemos estado juntos y con salud, que dicen que es lo más importante. Que se lo digan a miles y miles de familias. Quizás algún año se ponga de moda eso de no regalar y sí hacerlo cuando menos nos lo esperamos. En estos casos las sorpresas valen más.
Muchos os echáis unas risas ahora que veis la película Don’t look up, pero con nuestro frenético ritmo de vida nos va a pasar lo mismo: no veremos el colapso de los ecosistemas que nos cargamos para saciar nuestro apetito y nuestros regalos de Navidad hasta que lo tengamos ante nuestras narices y hasta que suponga nuestra propia destrucción. Pensamos: eso sucede en selvas tropicales que están muy lejos, a las que alguna vez iremos de viaje. Mientras duren. Algún día ya no estarán ahí. Pero los efectos ya los notamos cuando en pleno mes de diciembre, como este último día de 2021, alcanzamos los 20 grados, muy por encima de la temperatura media habitual por estas fechas. Me lo decía en su día David Quammen: nuestra especie es de las que se extinguen al final de todo. Maleza. O, por qué no decirlo con pelos y señales: devora mundos.
Ahora está de moda hablar de la inteligencia artificial, yo mismo la he estudiado y he asistido a conferencias sobre esta tecnología disruptiva. Mentes brillantes de todo el mundo debaten sobre sus avances, beneficios potenciales y mejoras para evitar sesgos de género. Todo estupendo y necesario, pero ¿qué hay de inventar un desarrollo sostenible que corrija lo que se originó desde la Revolución Industrial del siglo XVIII? ¿Cuándo la tecnología va a convivir con el entorno? Es que si no lo hace, no es una tecnología ni un desarrollo lo suficientemente sofisticado, inteligente y válido. Y que perdonen los que se sientan ofendidos, pero no puede ser que el motor de nuestro progreso nos quite, al mismo tiempo, el planeta que lo hace posible. En mi pueblo se llama codicia y pésima gestión.
La verdad maltratada
Siguiendo con la referencia de la película que cité antes, y que muchos tendrán fresca en la memoria, la verdad sigue siendo en 2021 una de las grandes perjudicadas. Y ya sé que estás pensando: entendiendo la verdad como algo subjetivo. Vale. Pero por verdad aquí quiero decir una aproximación lo más neutra y próxima a la realidad científica de los hechos. No nos van a caer cometas y, además, el sistema de detección global de amenazas extraterrestres funciona, por suerte, mejor que en el de la película.
Como periodista/comunicador me duele especialmente la información que se cambió al lado del entretenimiento y que da pábulo a medias verdades o fake news sin ningún pudor. Me duelen las referencias televisivas que se rodean de tertulianos mediocres para escupir una porquería tras otra y congeniar con los sucesores del odio porque así, a final de año, se embolsan algunos millones de euros, con los que luego comprar viñedos o realizar operaciones empresariales que enturbian su requerida profesionalidad informativa.
La vida también es triste y hay que mostrarlo
Una vez una persona que era muy cercana a mí me dijo que, a pesar de que su vida era bastante pésima y triste, nunca reflejaba esa dimensión en las redes sociales. Resultado: nadie le podía ayudar porque nadie sabía qué le pasaba. Y su entorno más cercano le abandonó, entre los que me incluyo. Engañó a todos, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Como he hablado en numerosas ocasiones con un amigo, la vida también tiene sus momentos de tristeza, de soledad y no pasa nada por mostrarlo. Es parte de nosotros y nos afecta tanto o más que los momentos buenos.
Lo mismo sucede con la información que es entretenimiento y oculta lo que pasa realmente. La máscara, que no la mascarilla, terminará por caerse. Y la audiencia abandonará a los que la difunden. Sobre todo en la era del consumo informativo continuo y por múltiples canales. Cualquier persona tiene un móvil y acceso a Internet (bueno aún hay cientos de millones de personas que no, de los que no salen todavía en las estadísticas). Es decir, miles de millones de personas son reporteros en potencia. Nuestra profesión, la comunicación, lleva años jodida, perdida en su misión y atada por los intereses económicos de sus propietarios. Muchos van de Pulitzer y luego tienen dos páginas sobre su escritorio: la que les gustaría publicar y la que realmente les dejan publicar. Y eso no lo saben sus lectores. Menos mal que cada vez son menos.
Un abandono a la vista (pero sin fecha)
No sé qué nos deparará 2022. Leía en una red social que no debemos decir año nuevo, sino dar la bienvenida a la tercera temporada de la pandemia. Y razón no le falta. Estaremos cansados, pero es un problema que nos hemos buscado nosotros solos. Y ya veis lo que nos cuesta salir. Pues espera a que llegue el cometa y con poca anticipación. Se reirán los microorganismos. Ellos seguirán viviendo e incluso infectando, nosotros puede que no. Ni viviendo ni infectándonos. Y mucho menos comprando regalos de Navidad.
Pese a las dificultades, en 2022 espero seguir siendo transparente a través de este humilde blog, del que estoy orgulloso por el simple hecho de que escribo sobre lo que me da la gana y que no depende de intereses financieros superiores y no se pasa por encima de nadie para conseguir clics. Seguiré trabajando y estudiando duro (porque nunca se deja de aprender) para, si nada inesperado lo cambia, abandonar la que ha sido mi profesión de siempre, la de comunicar. Pero, en principio, será un abandono todavía sin fecha exacta, que espero que llegue más pronto que tarde. Porque la vida es muy corta para hacer siempre lo mismo y, sobre todo, para continuar en un oficio que ya no se ejercita como a mí me gustaría. Al menos en un trabajo por cuenta ajena.
Este blog, en la medida de lo que me lo permitan mis quehaceres diarios, seguirá. Por eso nunca dejaré de comunicar, ni de escribir. Pero ya de otra manera. Es el momento de procurar un futuro en el que el tiempo valga más que el dinero y que no parezca justo lo contrario.
El James Webb, estoy seguro, desvelará enormes misterios sobre el tiempo del universo, sobre nuestro origen y lo que somos. Pero, aquí abajo, tenemos que usar nuestro propio telescopio, más rudimentario, pero no por ello menos eficaz, para realizar nuestros pequeños descubrimientos. Espero que 2022 sorprenda con algunos. De lo contrario, habrá que seguir deseándolo e intentándolo. Mientras nos dejen las pandemias, los microorganismos o los objetos que nos visitan desde la nube de Oort.
Feliz 2022.
📸 Imagen destacada de este artículo: Elaboración propia / Elementos Canva Pro. Crédito de la fotografía del telescopio espacial James Webb: Arianespace, ESA, NASA, CSA, CNES.
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