Algunas claves del testimonio vital de David Attenborough - Sergio Barbeira
Blog sobre ciencia, periodismo científico y comunicación científica. Noticias y consejos para una mejor divulgación de la ciencia en el entorno digital y offline.
noticias de ciencia, blog sobre ciencia, periodismo científico, comunicación científica, periodista científico, historias sobre ciencia, divulgación científica
1111
post-template-default,single,single-post,postid-1111,single-format-standard,do-etfw,ajax_fade,page_not_loaded,,qode-title-hidden,qode_grid_1300,footer_responsive_adv,qode-content-sidebar-responsive,qode-theme-ver-17.2,qode-theme-bridge,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-5.6,vc_responsive
Sergio Barbeira claves testimonio david attenorough

Algunas claves del testimonio vital de David Attenborough

Para todas aquellas personas que siguen creyendo que explorar el espacio exterior, es decir, más allá de los límites de nuestro propio planeta Tierra, es una aventura tan absurda como estéril, basta con mostrarles una imagen. Esta imagen:

La Tierra desde la Luna en 1968 / Foto: Apollo 8 (NASA)

La Tierra desde la Luna en 1968 / Foto: Apollo 8 (NASA)

Como bien señala David Attenborough en su testimonio vital Una vida en nuestra planeta, disponible en la plataforma Netflix, las personas se empezaron a preocupar y a tomar conciencia del mundo natural (me referiré a él como lo que no es humano, aunque también formemos parte de esa naturaleza) cuando comenzaron a conocerlo. Y ese punto de inflexión, para Attenborough, fue la recepción de la primera imagen de la Tierra desde el espacio exterior. ¿Por qué?

Esta imagen nos hizo ser conscientes de nuestra posición relativa en el universo y, dicho de una forma más cruda y realista, de nuestra insignificancia. Deteriorar y acabar con la biodiversidad de nuestro planeta no supondrá otra cosa que nuestra propia desaparición.

Tomar conciencia del ecosistema

Y eso es así porque, aunque el ser humano es la única especie de la Tierra que siente que su destino no está ligado al de este pequeño punto azul pálido de la Vía Láctea, la realidad difiere bastante de esta percepción.

Es verdad que en los últimos siglos la humanidad ha experimentado un crecimiento sorprendente de su población global y se ha convertido en la especie animal más dominante y numerosa (no incluyo aquí especies de otros reinos de seres vivos que, como las bacterias, por ejemplo, son mucho más numerosas). Pero, esto, sumado a su prodigiosa inteligencia en comparación con otras especies, representa un cóctel más que explosivo. Supone un cóctel destructivo sin esa necesaria conciencia de que formamos parte de un ecosistema, donde las relaciones entre especies son más estrechas e interdependientes de los que creemos.

Nuestra mano tras epidemias como la covid-19

Lo estamos comprobando con la expansión de virus altamente infecciosos, como el SARS-COV-2, conocido popularmente como covid-19. El contacto estrecho entre animales salvajes, domésticos (que consumimos) y personas en áreas urbanas densamente pobladas supone una puerta de entrada muy golosa para virus y otras enfermedades infecciosas, que tienen en la humanidad un huésped tremendamente abundante y distribuido por el planeta.

En su obra maestra Contagio, David Quammen arroja claves muy esclarecedoras extraídas de su persecución de epidemias por todo el mundo. Por citar solo dos casos muy ilustrativos, cuando se refiere a la expansión de la malaria (que causa más de 400.000 muertes anuales en todo el mundo) pone el ejemplo de la deforestación de la isla de Borneo. “Puesto que los humanos han entrado cada vez más en la jungla de Borneo -matando y desplazando a los macacos, cortando árboles, provocando incendios y creando masivas plantaciones de aceite de palma y pequeñas granjas familiares, presentándose así como huéspedes alternativos (de virus u otras enfermedades infecciosas) […] es posible que estemos estableciendo las condiciones para un cambio de huésped de P. knowlesi (una especie de parásito que provoca la malaria), similar al postulado para P. vivax. Con cambio de huésped se referían de macacos a humanos”.

Los murciélagos se mudan a la ciudad

Esa alteración de hábitats por nuestra parte (la de Borneo también la menciona Attenborough en su testimonio) se viene produciendo desde hace milenios, pero nunca a la velocidad que se registra desde comienzos del siglo XX. En Australia, por ejemplo, donde el cambio climático está haciendo verdaderos estragos en las zonas silvestres, los hábitats se están transformando a velocidad de vértigo, con la desaparición de amplias zonas boscosas que antes eran el refugio para muchas especies animales. Una de ellas son los murciélagos, los mamíferos más numerosos de la Tierra y que tienen una alta tolerancia a diversos virus potencial y realmente peligrosos para las personas. Quammen, una vez más, es claro: “Se han talado o despejado con excavadoras vastas áreas de bosque para dejar paso a las explotaciones ganaderas y al crecimiento urbano incontrolado […] Así pues, los murciélagos han decidido que, como su hábitat natural está desapareciendo, como el clima se está volviendo más variable y sus fuentes de alimento son cada vez menos diversas, les resulta más fácil vivir en un área urbana”. Y esto supone que los murciélagos viven más cerca de los seres humanos y de los animales domésticos que crían y comen, de los cuales nos podemos contagiar.

Expongo estos dos ejemplos para mostrar que somos parte de una serie de relaciones con otros seres vivos de las que no podemos ser ajenos. Y es que, para evitar pandemias como la del covid-19 y sus desastrosas consecuencias para vidas humanas y crisis económicas bestiales, el remedio más efectivo a largo plazo es tomar conciencia de en qué mundo vivimos y adaptar nuestro estilo de vida.

Una especie que va por libre

Nosotros, precisamente por ser una especie más consciente de nuestro entorno que otras (y de saber qué hay más allá de nuestro pedazo de mundo cósmico) tenemos una ventaja a la hora de imaginar y poner en marcha alternativas. Lo dice Attenborough en su testimonio. Otros seres vivos trabajan conjuntamente (aunque no sean plenamente conscientes de ello) para beneficiarse de la energía del sol y de los minerales de la Tierra.

Por el contrario, nosotros parece que nos hemos liberado de las restricciones que atenazan a otras especies. Como dice el célebre naturalista en su testimonio, “nos habíamos liberado, estábamos separados del resto de la vida en la Tierra”. En definitiva, “vivíamos un tipo de vida distinto”. Todo poder conlleva una responsabilidad y, el nuestro, además, implica una enorme soledad a tenor del ritmo al que evaporamos otras formas de vida.

Biodiversidad, -68%; humanidad, +109%

Según los datos que he extraído del informe Planeta Vivo 2020 de WWF, entre 1970 y 2016, se constata una caída del 68% en las poblaciones de especies de vertebrados, un dato que contrasta con el aumento del 109% de la población humana, según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU). La tendencia es clara: mientras nosotros nos multiplicamos otras especies se quedan por el camino. Y no es una mera coincidencia.

Estamos alterando de forma alarmante la biodiversidad porque no sabemos avanzar sin arrasar todo a nuestro paso. Por tanto, una vez más, tenemos que aprender a adaptarnos mejor con lo que tenemos. Y esta adaptación no significa volver a la edad de piedra, sino impulsar un desarrollo tecnológico coherente con los recursos disponibles y que los optimice al máximo sin agotarlos.

Recuperar la vida salvaje

También en este sentido Attenborough aporta interesantes propuestas sobre cómo compaginar la reducción de nuestra huella climática con nuestro progreso como especie. Sin entrar en el detalle de cada una, hay una conclusión evidente: debemos deshacer el entuerto. Eso significa repoblar el mundo con vida salvaje, lo que Attenborough denomina “rewild the world. Y supone también acotar nuestro espacio en beneficio de otras formas de vida. De hecho, el 75% de la superficie terrestre libre de hielo ha sido modificada por la humanidad y los últimos lugares vírgenes se concentran en apenas unos pocos países: Rusia, Canadá, Brasil y Australia.

Una humanidad menos numerosa

Pero esa repoblación tiene que ir en equilibrio (y en paralelo) con una estabilización: la de la población humana, que podría alcanzar su pico de aquí al año 2100. La cuestión es que, como bien plantea Attenborough, esa estabilización debería antojarse más pronto que tarde, para empezar a reducir nuestro impacto sobre el planeta y para que los recursos, limitados, lleguen a todo el mundo.

Llevo años pensando que la disminución de las tasas de natalidad en los países más ricos no tiene por qué ser algo malo, como en numerosas ocasiones cacarean algunos poderes públicos, empresas y entidades financieras. La humanidad fue menos numerosa en el pasado y salió adelante, incluso sin la tecnología de la que disponemos ahora. Cada vez somos más productivos e innovadores y la cantidad no será lo que cuente. Si es que lo hace ahora.

Dinero fácil

El problema es, ante todo, económico. El sistema está pensado para funcionar con una población creciente, porque no es eficiente, porque no busca la optimización. La banca y los fondos de inversión siguen invirtiendo el dinero de millones de personas en compañías cuyos ingresos dependen todavía en gran parte de la explotación y comercialización de combustibles fósiles. ¿Por qué dedicar nuestro dinero a unos recursos naturales exhaustos y que incrementan de forma alarmante los gases de efecto invernadero? Pues por la razón de siempre: es dinero fácil. Y nuestros gestores o “mandamases” no piensan en el futuro, no planifican y, de esta formqa, cometen graves errores. Algunos serán como el de la central nuclear de Chernóbil, solo que a escala mundial.

Lo explica largo y tendido Naomi Klein en su Esto lo cambia todo: capitalismo vs. cambio climático. También Lucas Barrero en El mundo que nos dejáis. Son lecturas que os recomiendo.

Sergio Barbeiradinosaurios oh shit the economy

Imagen rescatada de la página de Facebook de Geeky Steven

La viñeta superior, en mi opinión, ilustra pefectamente esa paradoja de la gestión económica mundial. A la hora de paliar las externalidades negativas de nuestra acción humana parece que lo único que preocupa es recuperar uan economía que sigue estando mal dirigida. Lo estamos comprobando durante la actual gestión de la crisis epidemiológica por la covid-19.

Mayor bienestar para países pobres y emergentes

Entre esas soluciones quiero destacar precisamente el aumento del nivel de vida de la población global y no solo el de la parte que ya vive por encima de las posibilidades que permite la Tierra, sino sobre todo para la que procede de países pobres o emergentes. Estamos sobreutilizando la biocapacidad de nuestro planeta en un 56% y eso no es sostenible por mucho tiempo.

La clave está en redistribuir la riqueza, en emplear fuentes de energía renovables, como el sol, que es la clave de la vida y la activación y supervivencia de todas las especies en la Tierra. No somos buenos optimizando los recursos naturales. Debemos mejorar en eso. La tendencia de las últimas décadas muestra que la población en países ricos se estabiliza (como el caso de Japón que indica Attenborough) a medida que su renta y su bienestar se incrementan.

Al final, la ciencia va de la mano de la economía y nuestra supervivencia y la del resto de seres vivos se ve afectada por nuestro ritmo de vida y de consumo. En lo que a mí me atañe, reconozco que padezco lo que ya se denomina “ecoansiedad”, una especie de angustia por los efectos del cambio climático. Hace tiempo que intento contribuir de la forma que puedo, aunque sé que puedo hacer mucho más.

Mis pequeños cambios

No dejo enchufado ningún electrodoméstico o dispositivo a menos que sea necesario. Solo uso el ascensor si voy muy cargado de peso. Uso cada vez más velas en lugar de lámparas. No compro ropa cada varias semanas, como hacía antes. Ahora suele ser una o dos veces al año y solo cuando la necesito. Se acabó el consumismo desenfrenado en Navidades. Mi dieta se basa cada vez más en legumbres, frutas y hortalizas y menos en carne. Intento andar más o coger la bici y el coche solo para lo indispensable. No utilizo gel de baño de envase, sino en pastillas que no generan residuos plásticos.

Leo más, me intereso más por la ciencia: este año me especialicé en comunicación científica precisamente para conocer mejor cómo funciona el mundo y ser más consciente de cuál es nuestra huella. En definitiva, estoy modificando, poco a poco, mi estilo de vida, para que sea sostenible a largo plazo. Y sin renunciar a ninguna de las comodidades que nos hemos ganado gracias a nuestro progreso e inteligencia, pero que la falta de sabiduría puede arrebatárnoslas. En definitiva, un estilo de vida diferente y un mayor bienestar son claves para burlar el cambio climático y pandemias como la covid-19, entre otros males que nos acechan.

Escríbeme

¿Y tú qué opinas? Me gustaría conocer tu perspectiva para intercambiar opiniones y conocimientos. Puedes escribirme a:

No Comments

Post A Comment