'Hacia las estrellas': lecciones de la guía del universo de Álex Riveiro
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Dos personas miran hacia las estrellas - Yuting Gao

‘Hacia las estrellas’: lecciones de la genial guía del universo de Álex Riveiro

‘Hacia las estrellas’ parece un título demasiado ambicioso si lo analizamos desde nuestra visión minúscula de seres humanos que vivimos en una pequeña canica azul que apenas supone una diferencia en el espacio-tiempo de nuestro universo. Pero (tenía que haber un ‘pero’) con Álex Riveiro, autor del libro homónimo, pronto descubrimos que no se trata de ambición injustificada, sino de una realidad palpable.

Incluso estando quietos no paramos de viajar. Incluso cuando dormimos. Viajamos por el mero hecho de que la Tierra se mueve a través del espacio a una velocidad superior a los 100.000 kilómetros por hora. No lo notamos porque somos demasiado pequeños para ello (en comparación con la masa de nuestro planeta), pero nos movemos constantemente y no solo por nuestro propio pie o en algún tipo de transporte artificial. La Tierra se mueve y nosotros con ella. Y ese viaje nos lleva hacia las estrellas, concretamente alrededor de una de ellas, el Sol, que abrazamos cada año a través de nuestra órbita y de lo que conocemos como año solar (que dura 365 días), pues el año galáctico nos llevaría un ‘poco’ más.

Sin embargo, esto no es todo. Además del movimiento físico, el ser humano emprendió ya hace miles de años un viaje hacia las estrellas que todavía dura hoy, desde los babilónicos o el disco celeste de Nebra hasta las naves Voyager o la próxima exploración tripulada de Marte. No hemos dejado de mirar por encima de nosotros en busca de respuestas. Y algunas las hemos encontrado a través de la ciencia. Puede que en los próximos años o décadas tengamos que revisar parte de nuestro conocimiento actual debido a los descubrimientos que están por venir, pero, por ahora, estas son algunas de las lecciones que extraigo de la breve pero genial guía del universo publicada por Álex Riveiro, uno de los más importantes divulgadores científicos de nuestro tiempo, que podemos leer también en su blog Astrobitácora.

Somos una estrella y un planeta más

La inmensidad del universo nos dice que somos un planeta cualquiera en una galaxia cualquiera y que nuestro Sol es una estrella más. Para contextualizar estas afirmaciones, bastan algunos datos. En la Vía Láctea, nuestra galaxia, que a su vez forma parte del supercúmulo de Virgo, hay aproximadamente 200.000 millones de estrellas, cada una con sus planetas. Alpha Centauri, la estrella más cercana a nuestro Sistema Solar, que no es el Sol, se encuentra a cuatro años luz, unos 40 billones de kilómetros.

Con la tecnología actual tardaríamos miles de años en llegar a ella. Y el centro de nuestra galaxia está a unos 25.000 años luz, inalcanzable para nosotros. Aún así, somos capaces de observar objetos estelares a mayor distancia. Por poner un ejemplo, una de las galaxias más lejanas que conocemos en la actualidad es GN-z11, que el propio Álex menciona en su libro. Podemos observar cómo era tan solo 400 millones de años después del Big Bang, casi en los albores de nuestro universo. No podemos viajar con naves a esos lugares remotos, pero sí analizar la luz que nos llega de ellos, entre otras herramientas.

Localización de la galaxia GN-z11, la más antigua que conocemos.

Un universo lleno de vida

La existencia de vida fuera de la Tierra podría ser asombrosamente probable. Para resolver este misterio, Francis Drake planteó su famosa ecuación en los años 60 del siglo XX. Aunque Drake no busca dar una respuesta definitiva, pues desconocemos algunos valores necesarios para obtener resultados fiables, concluye que en el más pesimista de los casos podría haber 20 civilizaciones inteligentes en nuestra galaxia y hasta un máximo de 50 millones. Por tanto, sus probabilidades no solo reflejarían que la vida en el universo es abundante, sino que también lo sería la vida inteligente.

De hecho, la posibilidad de que podamos encontrar vida biológica en otro planeta o satélite del Sistema Solar que no sea la Tierra abre un escenario muy optimista: si en un rincón tan pequeño del universo observable hay tanta vida (ya solo en la Tierra hay millones de especies), ¿por qué no iba ser así en el resto del cosmos, sobre todo si consideramos que la materia que lo forma estuvo junta una vez y mantiene propiedades similares a pesar de estar separada ahora por millones de años luz?

Vida más allá de la zona habitable

En relación con lo anterior, hay que destacar que no es necesario que un planeta esté en la zona habitable de su estrella para que albergue vida. Pensamos que las condiciones que se dan en la Tierra para que surja la vida son extrapolables a otros mundos pero, ¿esto es así realmente? Obviamente es la forma más rápida y que mejor conocemos para investigar, pero, como explica Riveiro, habría que preguntarse cuáles son los ingredientes universales de la Tierra para tener vida. Aunque nuestros esfuerzos más inmediatos se concentran en encontrar rastros de vida en Marte, las evidencias de Encélado, uno de los satélites de Saturno, son más prometedoras, y eso que no tiene atmósfera (Marte la tiene, pero muy débil) y está demasiado lejos del Sol como para recibir la cantidad necesaria de energía.

Sin embargo, la interacción gravitatoria con Saturno y el posible océano de agua líquida que alberga bajo su capa de hielo pueden explicar la hipotética existencia de vida. Europa, satélite de Júpiter, guarda muchas similitudes con Encélado, así como el satélite más grande de Saturno, Titán, cuya atmósfera tiene nubes y en ella hay nitrógeno, metano y compuestos orgánicos.

Un universo a toda máquina

Via Lactea y estrellas desde desierto terrestre

Nada puede viajar más rápido que la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo). Nada, excepto el propio universo. El cosmos sigue creciendo y lo hace a velocidades superiores a la de la luz, lo que se explica en el propio hecho de que, con una edad de 13.800 millones de años, el diámetro del universo observable sea de 90.000 millones de años luz. Y esto es solo lo que podemos ver, porque si el universo es infinito en extensión la proporción de lo que vemos es minúscula, pero en el caso de que fuera finito hay algunas estimaciones que cifran su tamaño en 10²³ años luz.

 

Algunas galaxias se alejan de la nuestra más rápido que la velocidad de la luz, pero eso es porque el espacio entre ellas crece a una velocidad superior, la del propio espacio. Entre las causas se apunta a la labor de la energía oscura, que representa el 68% de la composición del cosmos y que está considerada la responsable de su aceleración. Comprender qué es la energía oscura también nos ayudará a entender más acerca del universo y su destino.

La teoría del todo

La ciencia busca una teoría del todo que unifique las cuatro fuerzas o elementos fundamentales del universo, pero puede resultar que no sea posible. Explicar el mundo de lo más grande (la gravedad) y lo más pequeño (física cuántica) a través de una única teoría es actualmente imposible. Ambos mundos funcionan correctamente por separado, pero ya el propio Stephen Hawking señaló que podría ser inútil unificarlos. A día de hoy existen dos teorías que aspiran a convertirse en la única: la de cuerdas y la de la gravedad cuántica de bucles. La primera es la mejor candidata, aunque las matemáticas necesarias para probarla no funcionan con un cosmos de tres dimensiones, sino de mínimo diez dimensiones físicas y una temporal. La pregunta es: ¿qué dimensiones podrían ser esas, cuáles serían sus funciones?

Por su parte, la gravedad cuántica de bucles se sitúa en un estado de menor desarrollo que la anterior teoría. Dado que, con ella, tenemos que ir de lo más grande a lo más pequeño, a la inversa que la de cuerdas, su validez supondría reconocer la existencia del gravitón, que todavía no hemos podido detectar. El espacio-tiempo (la gravedad) tendría un tamaño cuántico mínimo, que representaría la distancia mínima que se podría recorrer en el universo. Ambas teorías son eso, solo teorías, y hay que ser conscientes de que el cosmos no tiene que explicarse en función de nuestras hipótesis.

El multiverso

¿Un universo de universos? Si comprender el cosmos, al menos el que conocemos o creemos conocer, ya es complicado, la ciencia abre la posibilidad de que no exista uno, sino varios, y que podrían estar conectados entre sí. Es lo que se conoce como el multiverso. Según la física, el campo de inflatón que alimentó el Big Bang no debería haberse agotado con la creación de nuestro universo, sino que tendría combustible suficiente para expandir otros universos.

Los agujeros negros podrían ser las puertas que conectan esos universos sucesivos, pues son una singularidad en la que colapsó un universo anterior y del cual brotó otro nuevo, como las estrellas y planetas que nacen del material sobrante de otras que vinieron antes que ellas. En el caso de que existiera el multiverso, ¿los otros cosmos serían similares al nuestro o tendrían propiedades totalmente diferentes? ¿Habría vida en ellos? Otra posibilidad que se baraja es que, en lo que respecta al tamaño, nuestro universo solo sea un átomo que forma parte de un cosmos superior. O al revés. Que dentro de nuestro cosmos haya universos en miniatura con forma de átomos.

Las estrellas esperan, la Tierra no

Como conclusión final de lo que nos transmite Álex Riveiro hay un mensaje que no conviene ignorar. Nuestro viaje hacia las estrellas parece imparable, pero no solo depende de nuestra inagotable curiosidad y de nuestro desarrollo tecnológico. Depende, además, de nuestra voluntad por mitigar (pues revertir se antoja imposible) los devastadores efectos del cambio climático sobre nuestro planeta.

No poseemos todavía una tecnología lo suficientemente avanzada como para explorar y colonizar otros mundos en un plazo de tiempo viable antes de que nuestro único hogar comience a ser un lugar cada vez más hostil para la vida. Puede que, en un futuro no muy lejano, se coticen más los granjeros que los ingenieros, como muestra Interestellar.

Nos espera un futuro complicado, como ya destacó Lucas Barrero en su libro ‘El mundo que nos dejáis’. Necesitaremos adoptar medidas medioambientales y de cambio de mentalidad, pero también económicas. El 10% más rico de la población mundial es el responsable del 50% de las emisiones de CO2. Por tanto, una redistribución de la riqueza se antoja prioritaria para combatir el calentamiento global. En datos como estos es donde entendemos que la ciencia la hacemos todos los días. Y que el devenir de nuestra especie no lo deciden manos invisibles ni ecuaciones abstractas. Depende de nuestra voluntad para caminar hacia las estrellas sin cargarnos el camino que nos lleva a ellas.

 

Imagen destacada del artículo: Foto por Yuting Gao  en Pexels.

 

 

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