23 May Mi momento espæcial: el viaje interestelar de las gemelas Voyager
En mi pequeña (pero creciente) biblioteca de astronomía conservo como una reliquia el libro La lanzadera espacial, de Nigel Hawkes, publicado por la Biblioteca Técnica Juvenil. Es una edición de 1984, aunque mis padres me lo compraron unos años después, probablemente cuando tenía unos seis o siete años, en 1992 aproximadamente. Recuerdo utilizar muchos metros de papel cebolla para calcar algunas de las espectaculares ilustraciones que venían en su interior.
Una de ellas es la imagen del transbordador espacial Enterprise (llamado así en honor a la famosa nave de la película Star Trek), el primero construido para la NASA, aunque nunca llegó a viajar al espacio exterior. En la imagen se ve cómo una serie de camiones transportan por tierra el transbordador, camino del Centro de Investigación de Vuelo de Dryden, en Estados Unidos. Por entonces me impactó su tamaño y lo especial que parecía aquella aeronave.
El transbordador Enterprise / La lanzadera espacial (1984) de Nigel Hawkes
Otra de las imágenes que más me sorprendieron de ese libro en mi gusto precoz por la astronomía (aunque no tendría la misma continuidad en los años posteriores) fue la del transbordador Columbia (el segundo de la NASA, pero el primero en “volar alto”) adentrándose en el espacio exterior. Para mí suponía ese salto cualitativo de abandonar nuestra casa, nuestra “burbuja” de seguridad. Me fascinaba, pero también me provocaba un poco de vértigo.
El transbordador Columbia / La lanzadera espacial (1984) de Nigel Hawkes
Hago referencia a este libro de mis primeros años porque, tras rescatarlo del polvo de uno de los trasteros de casa de mis padres, fui consciente de que mi atracción por la astronomía seguía ahí, aunque hubiera permanecido silente durante bastante tiempo. Y luego recordé que las noticias que con más ahínco devoraba de los medios de comunicación eran las científicas, sobre todo las astronómicas. Y pensé que aquella pequeña adquisición a principios de los noventa no había sido una coincidencia.
Los familiares paisajes marcianos
Desde que tengo uso de conciencia no he podido vivir un acontecimiento astronómico de la talla de la llegada de la humanidad a la Luna, pero mi vida hasta ahora sí ha coincidido con una etapa muy prolífica en la exploración espacial, sobre todo a nuevos horizontes como Marte, a dónde llegaron diversas sondas que, desde la Sojourner (1997) a la Curiosity (2012-19), se fueron superando.
De las imágenes captadas por todas ellas, el rasgo que más me ha impactado siempre ha sido la similitud de ese suelo rojizo con algunos paisajes de la Tierra. Uno espera que los objetos del espacio exterior sean completamente distintos a lo que podemos encontrar en nuestro planeta, pero Marte nos dice que no. Las rocas del cráter Victoria o de la ladera del monte Sharp podrían formar parte de un decorado de algún desierto terrestre.
Las gemelas Voyager
Sin embargo, a pesar de la extraña familiaridad de los suelos y rocas marcianas, no es Marte mi momento espacial/especial (o, para abreviar, espæcial). Este tengo que encontrarlo un poco más allá. Y, para ello, debo subirme a lomos de la sonda que más lejos ha llevado nuestro testigo en el espacio: la Voyager 1. Forma parte del programa Voyager, junto con su sonda gemela, Voyager 2.
El gran tour de las gemelas Voyager / NASA
Mi sensibilidad por este programa también tiene una connotación personal. Son dos sondas gemelas las que ahora viajan hacia las profundidades del espacio interestelar, más allá de la heliopausa (el límite de influencia del Sol), aunque la Voyager 1 lleve algo de ventaja. Para mí es una especie de paralelismo, salvando las más que evidentes distancias, con la relación con mi hermano gemelo. Ambos avanzamos en nuestras vidas, cada uno a su ritmo, pero yendo cada vez más lejos, explorando cada hora, cada día nuevas experiencias.
Hitos del programa Voyager
Por razones obvias, dado que nací en 1985, no pude vivir el momento del lanzamiento de la sonda pero sí he disfrutado mucha de la información científica que ha reportado y que sigue suministrando tras más de 40 años de actividad.
Tanto la Voyager 1 como 2 nos han proporcionado algunas de las mejores imágenes de gigantes gaseosos, como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Junto con la Galileo, las sondas del programa Voyager nos han regalado las mejores instantáneas de Júpiter, como esta:
La gran mancha roja de Júpiter / NASA
Además de sacar espectaculares imágenes muy próximas al planeta más grande del sistema solar, las Voyager también pasaron revista a los 200.000 kilómetros de brillantes partículas de hielo que conforman los anillos de Saturno. A partir de ahí, se fueron adentrando cada vez más en lo desconocido. Así, el 24 de enero de 1986 la Voyager 2 registra el primer contacto de la humanidad con Urano y pudimos ver sus anillos oscuros, probablemente compuestos por roca rica en carbono.
Detalle de los anillos de Saturno / NASA
También nos mostraron que nuestros vecinos están bien vivos, como la luna Ío de Júpiter que, con 400 volcanes activos, es el objeto geológicamente más activo de nuestro sistema solar. En la imagen, la Voyager 1 capta una enorme erupción que lanza material a unos 160 kms de altitud y a una velocidad de casi 2.000 kms por hora.
Explosión volcánica en Ío captada por la Voyager 1 / NASA
El objeto humano más distante
En estos momentos, las hermanas Voyager continúan su rumbo, mucho más duradero de lo esperado. La Voyager 1 se encuentra a más de 22.200 millones de kms de la Tierra, casi 58.000 meces la distancia entre nuestro planeta y la Luna o unas 150 veces la distancia que mantenemos con el Sol. Su gemela está a unos 18.500 millones de kms.
La Voyager 1 es el objeto creado por la humanidad que más lejos ha llegado. Su señal tarda más de 20 horas en llegar a la Tierra a la velocidad de la luz. A medida que se aleja a unos 17 kms por segundo, su señal tardará más en llegarnos, hasta que, previsiblemente en 2025, se agoten sus baterías. Por tanto, a menos que resucite, no superará, ni de lejos, los límites de nuestro sistema solar. Pero habrá sido un gran paso.
El icónico punto azul pálido
La Voyager 1 también hizo historia con una imagen icónica, que en 2001 fue seleccionada por Space.com como una de las diez mejores fotos científicas espaciales de la historia. También sirvió de inspiración al enorme divulgador Carl Sagan para titular su obra Un punto azul pálido (1994).
El punto azul pálido captado por la Voyager 1 / NASA
En su libro, Sagan hace una reflexión muy popular, de la que incluyo un breve extracto:
Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.
Todo nuestro mundo, en 0,12 píxeles
Tomada el 14 de febrero de 1990 a 6.000 millones de kilómetros, más allá de Plutón, esta imagen es parte del primer retrato de nuestro vecindario cósmico tomado por la Voyager 1. La nave espacial adquirió un total de 60 cuadros para un mosaico del sistema solar. Desde la gran distancia de la Voyager, la Tierra es un mero punto de luz, una media luna de solo 0,12 píxeles de tamaño. 0,12 píxeles donde caben todo lo que fuimos, somos y seremos (hasta que colonicemos otros mundos).
Los 60 cuadros del retrato de nuestro sistema solar / NASA
Esta imagen ampliada de la Tierra fue tomada a través de tres filtros de color – violeta, azul y verde- y se recombinó para producir la imagen en color. Las características del fondo de la imagen son artefactos resultantes de la ampliación.
Un motivo para seguir explorando
Al ver esta imagen, en ocasiones pienso en la Voyager 1 como si fuera otro planeta en el que vive otra civilización y que, a través de la luz que capta del universo a través de sus telescopios, detecta ese punto azul pálido, con la esperanza de que sea el hogar de vida inteligente, con la que poder establecer contacto. Del mismo modo que nosotros captamos la luz de otros mundos, con el anhelo de no ser los únicos habitantes de esta u otras galaxias.
Quizás por eso, por esa necesidad de no sentirme solo, ese retrato de la Voyager 1 y todas las instantáneas que nos ha regalado constituyan mi momento espacial especial. Porque ese retrato motiva a seguir explorando, dado lo mucho que se puede descubrir en un fragmento tan escaso de nuestro universo observable. La pena es la obsolescencia de esta viajante y su hermana gemela, que nos obliga a retomar el camino donde lo han dejado o, incluso más atrás. Y el tiempo, en un espacio tan vasto, es un recurso que no podemos desperdiciar.
Crédito foto destacada: NASA/JPL-Caltech.
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