09 May Reflexión post pandemia
En este artículo no vas a encontrar más que una reflexión personal, de esas que debería hacer más a menudo para oxigenar mis ideas y saber en qué estado me encuentro. Este es un blog para contar historias sobre ciencia o ese era mi propósito inicial. Y sigue siéndolo, pero cada vez soy más consciente de que la ciencia, a medida que la exploro, puede ser un nicho o puede serlo todo. Y creo que lo mejor, por mi bien y el de mi blog, es abrir el abanico a todo el universo que, al fin y al cabo, es nuestro contenedor, tanto físico como mental.
Algo más de un año ha pasado desde que ese universo, con todos sus seres, grandes y pequeños, pero sobre todo los pequeños, impactaron en nuestras vidas con una política propia de monjas de clausura. Al igual que había sucedido años atrás con el estallido de la Gran Recesión, en tiempo récord nos familiarizamos con estados de alarma, epidemias, pandemias (que ya incluyen la dimensión global, por favor, que no se os olvide), R0 o inmunidad de rebaño, entre otros conceptos. La realidad, una vez más, era la mejor escuela, aunque sigamos aprendiendo sobre lecciones que ya deberíamos haber asimilado.
Pero este artículo no tiene como objetivo reflexionar solo sobre lo que ha pasado en el mundo, sino también en mi mundo. Cómo he cambiado yo, si es que lo he hecho. Hace un año seguramente pensaba que ahora estaría libre de cualquier restricción o limitación de mis derechos, esos inherentes a mi persona o que la ley dice que me son inherentes. Seguramente ni yo ni nadie había imaginado que pasaríamos tanto tiempo mirando por la ventana, soñando con esa libertad que antes no valorábamos como lo hacemos actualmente.
Libertad que no es tal
Y me refiero a la libertad intrínseca a las personas, previa a cualquier ley o norma arbitraria humana. Y, por supuesto, no me refiero a la libertad de hacer lo que a uno le da la gana, sin importar los derechos y el bienestar de los demás, que tanto se prodiga entre el liberalismo mal entendido o mismamente entre personas de mi entorno más cercano que renuncian, sin apenas haberlo intentando previamente, a sacrificarse temporalmente por otras personas, incluso aunque no las conozcan y a pesar de que con sus acciones, por muy lejanas y ajenas que parezcan, puedan aportarles beneficios o, en la más humilde de las situaciones, evitarles males mayores.
El placer momentáneo e inmediato es lo que prima en unas personas. No les culpo. Es la educación que han tenido. En parte, también ha sido la mía y reconozco que me ha costado ser coherente y que no siempre lo he sido, muy a mi pesar. Por lo cual pido disculpas anticipadas. Sacrificarse por algo que no vemos pero que sabemos que está bien es uno de los mayores logros de la humanidad. Es como ese amor que se siente, pero del que se desconocen muchas de sus causas y efectos, pero que, en la mayoría de los casos, tiene consecuencias positivas.
La diferencia entre aflojar e ignorar
Las personas que habitábamos el mundo en marzo de 2020 nunca habíamos pasado por una así. Era algo nuevo, para lo que no estábamos preparados, pero para lo que sí teníamos soluciones, especialmente duras. Eso no se lo quito a nadie. De ahí que fuera necesario aflojar por algún lugar. Aflojar para no reventar. Pero hay un matiz importante entre aflojar e ignorar la realidad. No todo vale por una copa, por un encuentro o por la necesidad de consolar a alguien. En Occidente es posible que el sentimiento de comunidad se nos antoje muy ajeno. Situaciones como esta lo demuestran.
Hace tiempo que renuncié a pronunciar públicamente juicios políticos porque no estoy preparado para recibir críticas ni menos entrar en vorágines de violencia verbal como las que se producen de forma cotidiana en determinadas plataformas y conversaciones. El posicionamiento en bandos es un defecto que está socavando los cimientos democráticos. La opinión libre siempre molesta, siempre sorprende. Pero estoy convencido de que el cambio, ese que tanto manosea la política, no viene de los argumentos que suenan bien en nuestros oídos, sino del temor y del rechazo a lo desconocido. Si no genera esas reacciones, entonces poco cambio puede suponer.
No todo el mundo merece ser salvado
Y estoy de acuerdo con Yuval Noah Harari en que los nuevos desafíos requieren de nuevos elementos y de una organización política, económica y social diferente. Las estructuras de poder actual, como todas las anteriores, caerán por sus inercias reacias al cambio. Su temor se ha manifestado este último año y en los previos en ataques a lo nuevo y desconocido. Solo ganará quien abrace el cambio real y soporte gran parte del descrédito público que va a tener que experimentar.
¿Qué nuevos elementos o cambios serán esos? Con la humilde información con la que cuento, uno de mis objetivos, como ciudadano libre y comprometido, es encontrar respuestas a esa pregunta. Primero, para usar esa información en mi propio beneficio. Segundo, para suministrarla a mi entorno, sobre todo a aquellas personas que considero que van a utilizarla correctamente. Si algo tengo claro es que no se va a poder salvar a todo el mundo. Y, lo que para mí es más duro asimilar: es posible que no todo el mundo merezca ser salvado. Pensarás que es una soberbia decir esto públicamente pero, ¿acaso no lo has pensado alguna vez? ¿No lo mascullas en tu intimidad, esa en la que los algoritmos aún no pueden penetrar?
Mis miedos son mis cambios
En el último año hemos visto cómo nuestro retroceso puede suponer el avance de otros seres vivos que nos acompañan en este planeta. Sin embargo, no ha sido un retroceso suficiente. De ahí que debamos cambiar nuestra actitud, nuestro modelo de vida, en línea con lo que decía antes: tenemos que cambiar, que no es otra cosa que temer y sentir rechazo. Como decía Eleanor Roosevelt: haz algo todos los días que te dé miedo.
¿Qué cambios considero que he impulsado en este último año? Como contaba en otros artículos de este blog, soy más consciente de nuestra posición en el mundo: no gobernamos de la manera que pensábamos, si bien somos muy poderosos, más que cualquier otra especie. Me especialicé en comunicación científica para entender mejor las investigaciones y publicaciones que suponen un cambio real: las científicas, no las políticas. En línea con mi compromiso ciudadano.
¿Democracia plena?
Renuncié, al menos temporalmente, a trabajar como comunicador científico. Ni el contexto es favorable ni la ciencia es un sector que destaque por sus condiciones laborales ni económicas en nuestro país. Hay que saber en qué lugar se vive y qué medios son los mejores para mantener un bienestar adecuado que permita seguir siendo libre. Y en los medios españoles no hay la libertad que debería, por mucho que le pesen a sus responsables. No os dejéis engañar. He trabajado en medios de comunicación, los conozco bien. No hay libertad plena, no hay democracia plena, como apuntaba Pablo Iglesias. Y no, no soy de Pablo Iglesias, creo que su soberbia debía haber reducido enteros, pero esa es una verdad suya con la que me quedo y que no es una cosa menor.
Por otro lado, a pesar de que Felipe VI diga que vivimos en una democracia plena, pensad dos veces antes de estar de acuerdo con él en qué es lo que dice y quién lo dice. Un monarca, por muy simpático que nos parezca (no tengo nada en contra de él), no deja de formar parte de una institución antidemocrática. Su propia existencia supone que no nos encontramos ante una democracia plena. Todo esto dicho desde un punto de vista teórico. Como estudioso de la Constitución Española, norma suprema que respeto y que creo que, con sus defectos e incoherencias, que las tiene, es un marco legislativo que nos beneficia y que fue adelantado a su tiempo. Y el cual acato, porque nada de lo humano es siempre coherente. Pero negarlo públicamente es un vicio que debo criticar porque, con ello, el sistema no solo engaña a la ciudadanía, también se engaña a sí mismo.
Lobos con piel de cordero
La pandemia también ha sacado los colores a las personas que se consideraban a sí mismas adalides de una economía más social y que se arrogaban la defensa de los derechos laborales de las personas trabajadoras. Esa teoría se desmoronó nada más comenzar el confinamiento, con abusos continuos en nombre de la supervivencia. Cuando los problemas de fondo eran otros, no el coronavirus. Además de la pésima profesionalidad, no hay nada tan tóxico y negativo para el bienestar en el trabajo como unas personas gestoras que, en la práctica, son lobos con piel de cordero. Representan una incoherencia venenosa e insoportable, que se debe atajar de raíz. Son, sin duda, esa parte de la humanidad que no debe ser salvada. Hay veces que no se puede otorgar valor a algo que no lo tiene, se denomina especulación y todos sabemos cómo acaba.
En los últimos meses peleamos al mismo tiempo contra el virus, contra sus efectos devastadores y siendo conscientes de que es una pequeña lucha en ese contexto aterrador de cambios (que provocan temor por sus consecuencias y rechazo ante las medidas que debemos adoptar) que se avecinan en el futuro post-pandemia: cambio climático, la omnipresencia del trabajo precario y temporal, los retos de la infotecnología y biotecnología, la escasez de recursos vitales como el agua, las desigualdades sociales y un largo etcétera.
Luchar para evolucionar
En mi pequeño mundo estoy dando pasos para evitar quedar descolgado y no sufrir las consecuencias de esa tormenta perfecta. Me está costando un gran esfuerzo, mientras hay gente de mi entorno que vive con un conformismo apacible, confiado en que todo volverá a la normalidad previa o a un coyuntura de felices años veinte. Como los cambios que se avecinan no siguen los mismos patrones que otros ya conocidos por la historia, prefiero no tentar a la suerte y tener un backup que me permita maniobrar en caso de sorpresa. A nadie le gusta abandonar la zona de confort, pero más me aterra perder la posibilidad de tener algún confort, por mínimo que sea.
La evolución significa cambio y su camino desde el comienzo de la Tierra nunca ha sido fácil. Siempre ha habido lucha, siempre ha habido clases dominantes y dominadas, de formas variadas, para qué vamos a ocultarlo. La evolución, hasta nuevo aviso, sigue su curso y la información, bien depurada y gestionada, es vital para la supervivencia y adaptación. Que no te cuenten milongas, lucha por tu supervivencia, infórmate por ti mismo, aunque te cueste una noche a la semana sin acceder a Netflix.
Usa el sentido común, uno de los pocos instintos que garantizan nuestra supervivencia y, en tu día a día, combate las injusticias, aunque ello suponga perder una porción de seguridad o de bienestar. Si has sido capaz de dar ese paso, también pelearás por darle la vuelta a ese revés. Pero ese cambio, que te habrá suscitado temor y rechazo, será una victoria personal y pequeña, pero que suma en el contador de logros de la humanidad. Porque cada ciudadano libre y combatiente es una contribución para una sociedad más plenamente democrática. Esta es una de mis grandes lecciones de este último año.
📸Foto destacada de este artículo: Nastco / Getty Images / Canva Pro.
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